Los Falsos Dioses

Mi alma no es femenina ni masculina, es una cobija grande, una sábana que cae de un edificio muy alto: los primeros ojos que la descubren y el calor de unas manos sobre otras, mientras la lluvia gobierna con su golpeteo sobre las ventanas, e insiste en atravesarlas como si fueran hechas de membrana callosa. Tela sin cielo desvanecido que cambia de temperamento, como el pocillo donde el agua hierve, mientras ejecuto mi tormento contra los imperios que me llaman: las marchas de los ancianos con sus bastones por lo alto y los locos vagabundos que escalan las luminarias para abrazar la luz, el arcoíris de un rojo tan acuoso como la sangre que gotea de la mesa del carnicero, y que evoca el término de la frontera, mientras aplasta la carne y escurre el blanco sobre el hoyo oscuro, como la sangre que me diste, fantasía-oblicua del pasto que me nace entre las piernas, para llenarme de insectos que se buscan para decirse cosas al oído y se deshacen con tenue movimiento, mientras todo me amansa y me asusta hasta depurarme los nervios de los asombros vitales y volcarme sobre un conjunto de mangos transparentes: frutilla quemante que exuda lágrimas de maldad sabrosa, molcajete en que se revuelve el misterio de las yemas de mis dedos hendiendo el vapor voluptuoso que se me introduce por los orificios, hasta hacerme expeler todo la sangre que no dije y todo la perplejidad in- descubierta que no desaterré de entre los escombros del palacio que anhelaba ser cueva, porque tuvo miedo, como tienen miedo las ballenas a las que de pronto explota una granada dentro de ellas, o la fuerza que me desgrana en huesos de papaya de los que luego brotan sonidos que ascienden hasta el techo, dagas de cristal azucarado que se rompen en su vano intento por perpetrar mi homicidio, dientes de vampiro que caen sobre mi regazo, mientras desnudo me baño en la cascada de aguas amarillas, donde mis recuerdos más felices se reconstruyen como gatos atropellados que se alzan de pronto para recoger sus vísceras, y el cazador numinoso apunta sobre una piedra los pormenores de la trampa que ha diseñado para sí mismo, y las plantas se inquietan y se inhiben ante su paso y los animales pequeños comparten historias con las cámaras apuntando a sus caritas, todo lo que pasa en nuestra habitación-guarida, mientras las paredes se queman y se licuan junto con todo, y ya no tengo seguridad, ni seriedad, ni serenidad para entender lo que soy ni lo que hago, ni a dónde estas llamas me empujan como si fuera un globo, y me vuelvo entonces un gran socavón que se abre despacito en este desierto donde cabría toda la luz y donde sería luego sepultada, para inaugurar la noche perpleja de las estrellas que al fin sueltan sus pesares, rayos silenciosos que estallan para dibujarme, sombras radiantes del tiempo raro de los nuevos besos -y las esquirlas de diamante que irrumpen a mi deshora: la hora de los diablos grises, la hora de las bombas que no estallan, que se reprimen; la hora del gallo con la cabeza colgante, la hora de las manos sin cuerpo que saludan a los perros que pasan, la hora de los juegos acrobáticos de los niños de los árboles, la hora de los jarabes para los enfermos que desean morir en un sueño, la hora del simio ahorcado y de los pájaros que han ido a habitar sus costillas, la hora de los extintores sexuales encerrados en jaulas y de los amantes que juegan a destruirse con cuchillos que hacen con sus propios huesos; la hora de los juegos bárbaros y la hora del lobo, la hora en que los antiguos duermen al amparo de los dioses nuevos; y la hora de los monumentos alzados a los falsos dioses por los que salimos en fila india para abandonar nuestro tributo: carne de ciempiés gigante, ojos de tiburón ballena, tentáculos de calamar colosal, cáscaras de fruta llena de pentrita, semen de cerdos en frascos de leche. Y la hora en que los falsos dioses llaman a nuestra puerta, dejan una nota, marcan, se dan la vuelta, vuelven, cambian de parecer, se arrepienten, suplican, cantan canciones tristes, escriben cartas, recitan poemas, mandan a hacer señas de humo, deletrean nuestros nombres, y todo para decirnos que nos extrañan, que El Inmortal nos anhela, que alimentemos nuestro dulce encanto, que bailemos con los ojos cerrados y las manos en los bolsillos, que la inundación prosiga, que nos aman, que amemos: los Falsos Dioses.

Extracto de mi novela en proceso. Leído en la librería Escandalar, el 17 de Octubre de 2019.

Plumas caen…

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