Escribir I

Escribir me ayuda a expandir la claridad siempre vacilante en mi vida. Allí soy lo que soy, lo que no, lo que podría ser y lo que fantaseo sin más. Me ayuda a no perder el foco de lo que es importante. Como si constantemente tuviera que recordarme la forma que quiero, y luchar contra la falta de foco y de forma y de intención y sustancia y todo lo que es bueno. Terminar la novela es el mayor esfuerzo de mi voluntad. Aspiro a las doscientas y tantas páginas de buena prosa. Doscientas y tantas páginas de narrativa, dedicadas al delicado pensamiento de que la fatalidad lo salpica todo. Como una brisa que desciende para recordarnos que el sentido es responsabilidad nuestra. No de Dios, o tal vez sí. Porque no hay fe sin lucha constante contra todo lo que no es sentido, sino ruido, cansancio, angustia y exasperación. Narrar es recordar que sí hay cosas por las que vale la pena sacrificarse, más allá de la tentación de solo pensar en nosotros mismos. Soy imperfecto, pero procuro ejercitarme en el arte de la creencia de que se puede construir algo más grande. Ser un ejército para nuestra propia salvación. Palmeras que den buenos cocos. Y, no obstante, la paradoja es la soledad abrupta del acto de escribir. Es mejor acostumbrarse porque el silencio, el olvido y la soledad, son lo más grande. Son infinitos.

Algo se desliza…

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